Una de las principales características de las plantas o los cultivos es que son estáticos, no se pueden mover y por tanto no se pueden defender de un ataque huyendo. Claro que eso no significa que no hagan nada sino que disponen de unos mecanismo diferentes al del resto de seres vivos.
Las plantas son amenazadas por distintas vías, por ejemplo, animales o insectos que busquen alimentarse de ellas o situaciones climatológicas adversas como la sequía o el calor extremo. A grandes rasgos, las defensas de que disponen los vegetales se pueden dividir en dos tipos: constitutivas (aquellas que siempre están presentes) o inducidas (las que aparecen de manera temporal para responder a un ataque puntual).
Así, ante la necesidad de enfrentar cualquier problema, las plantas pueden poner en marcha el mecanismo que sea más adecuado. Desde alargar sus raíces para conseguir agua del suelo más alejado, en casos de sequía; a aumentar su transpiración en momentos de mucho calor, entre otros.
Algunas de las respuestas más interesantes como defensa a un ataque se producen a nivel químico, es decir, al enfrentar una situación de peligro la planta genera una serie de sustancias que le ayudan en su supervivencia.
De esa forma, por ejemplo, hay muchas plantas que desarrollan un sabor amargo que les evita ser comidas y en otras situaciones ocurre al contrario. Se sabe que en algunos casos de estrés hídrico hay plantas que activan unos determinados genes protectores que dan lugar a una acumulación de azúcares en sus células, lo que se traduce en un sabor mucho más dulce, con el valor añadido de que se requiere de menos agua para su producción.
Asimismo se conocen vegetales capaces de segregar sustancias venenosas que pueden acabar con la vida de sus depredadores, todo ello sin necesidad de moverse del sitio.
En definitiva, no siempre es necesario ser fuerte o ágil para ponerse a salvo. A veces es más útil tener las herramientas adecuadas y saber usarlas.