Hasta hace unas décadas, comer una sandía tenía su propio ritual. Comenzaba con la elección de la mejor pieza en el mercado, según su sonido por unos golpecitos, por ejemplo. Ya ante los comensales, que debían ser varios por el enorme volumen de la fruta, el primer corte confirmaba si se había acertado y, tras repartirla en tajadas, se daba buena cuenta de ellas apartando a cada una con más o menos delicadeza sus pepitas negras. El trozo de la gran bola sobrante, algo habitual por su tamaño, no podía guardarse mucho tiempo hasta una segunda acometida, a riesgo de pudrirse y por las dificultades de encontrar un hueco apropiado para la porción, que aún seccionada solía ser muy grande. Con la irrupción del ‘fast food’ (comida rápida) el proceso perdió su atractivo para tornarse en un engorro. Así cayó hace años el consumo de sandía y de otros productos del campo que también exigen un cierto proceso antes de consumirlos o cocinarlos; un ejemplo es la alcachofa. Con pérdidas como estas, el ‘fast food’ acabó siendo sinónimo de comer mal.
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El éxito en el mercado de la supresión de las pepitas en uvas y sandías responde a esta tendencia
Los tiempos ahora son otros y lo saludable vuelve a estar en primera línea de las exigencias del mercado, aunque ya no se quiere renunciar al consumo rápido. Así es como ha nacido la denominada ‘convenience food’, que engloba a la comida ya preparada, envasada y lista para consumir, pero cuya filosofía se ha extendido a productos que no necesitan ningún cocinado previo, como las frutas y determinadas hortalizas. Esta tendencia está detrás de las nuevas presentaciones con las que ahora se ofrecen las frutas y hortalizas en los supermercados.
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